miércoles, 11 de diciembre de 2013

La intimidad ha muerto ¡Vivan las Google Glass!


Año 2014 d.C. La intimidad ha muerto. No nos hagamos los sorprendidos, porque ya estábamos avisados. Hemos arrojado a la hoguera de las redes sociales el pudor y los secretos de familia. Tolstoi, Jane Austen y Conan Doyle se morirían hoy de hambre. Facebook acabó con el diario adolescente, y las Google Glass con el monóculo, la lupa y el ojo de la cerradura. 

Con la universalización de las Google Glass la mirada humana, entendida como el punto de vista irrepetible de cada uno de los individuos de una especie inteligente, puede estar entonando su final. Mirar con otros ojos, mirar con perspectiva, mirar de reojo, mirar de soslayo, entornar los ojos, guiñar un ojo, echar un vistazo... Arcaísmos analógicos que la nueva lente no procesará. A golpe de clic grabaremos sin discriminar lo interesante de lo importante, lo privado de lo público. Son gafas que ni miran ni ven: registran. 

De momento unas 10.000 personas han probado ya las GG. Al margen de su éxito comercial, la tecnología llamada "wearable" ha llegado para quedarse. Tecnología de camuflaje, instalada en la ropa o directamente en la epidermis.

En "The Entire History of You", tercer episodio de la inquietante serie británica Black Mirror, los seres humanos llevan un chip incorporado detrás de la oreja donde almacenan todo lo que ven. Si quieren recuperar una imagen del pasado, sólo tienen que rebobinar. La ciencia ficción, como siempre, anticipando el futuro

Los humanos, frente a otras especies, vemos en color, pero además miramos y nos escondemos de la mirada del otro. Empieza a ser imposible debido a la proliferación de cámaras de vigilancia, de los teléfonos de última generación y, desde ahora, de las invasivas gafas. "Veremos muy pronto un mundo en el que tus movimientos sean seguidos en todo momento, en que un extraño que se cruce contigo en la calle te podrá identificar inmediatamente", advierte The Economist en un reciente informe.

Parece que Google ha decidido que las Glass sólo graben breves intervalos y ha excluido de momento las aplicaciones de reconocimiento facial. Pero vendrán otras lentes que funcionen  ininterrumpidamente y lo suban todo a la nube. Los drones y las gafas han llegado también para quedarse. 

La alarma es general. Según The Economist, es urgente regular el uso de estos instrumentos porque ya están aquí y, además, cada vez serán más sofisticados y diminutos. La sociedad debe poder decidir qué se puede grabar y con qué fines

Mi impresión es que las Google Glass van a terminar de dinamitar dos conceptos ya muy endebles: la propiedad intelectual y la intimidad. No son tan antiguos como el hombre de Atapuerca, porque ambos derechos nacieron, o al menos se consolidaron jurídicamente, en el siglo XVIII. Son convenciones que habrá que sustituir por otras.

Decía Umberto Eco en el año 2000, en los albores de la era digital, que la defensa de la privacidad no sólo es un problema jurídico, sino moral y antropológico cultural. "Creo que una de las grandes tragedias de la sociedad de masas, de la sociedad de la prensa, la televisión e internet, es la renuncia voluntaria a la privacidad. La máxima renuncia a la privacidad (y, por tanto, a la discreción, incluso al pudor) es -en el límite de los patológico- el exhibicionismo", se lamentaba Eco.

Para el semiólogo piamontés, tendremos que aprender a elaborar, difundir y premiar una nueva educación de la intimidad, educar en el respeto a nuestra propia privacidad y a la de los demás. Es la ética de la intimidad (lo que yo hago con la información que los demás comparten conmigo) y la ética de la publificación (lo que yo decido difundir de mí mismo) de las que habla Jeff Jarvis. Según The Economist, la ideología liberal ha descuidado paradójicamente el derecho del ciudadano a mantener un "espacio personal online". Es hora de ponerse a trabajar. No podemos cerrar los ojos. 

lunes, 25 de noviembre de 2013

Piensa grande, escribe corto



Cada día producimos 3,6 billones de palabras en la red. Recientemente se lo escuché a Alejandro Piscitelli en un congreso organizado por Educación 3.0. La nube se puebla de palabras. Frente a quienes vaticinaban el fin de la escritura con las TIC, vivimos hoy una nueva era alfabética. Una de las tantas paradojas de la cultura digital, como subraya Umberto Eco en "Nadie acabará con los libros".
 
La saturación nos fuerza a leer en diagonal y a desechar sin contemplaciones miles de mensajes que nos inundan desde los  medios, los blogs, el correo electrónico, los chats o las redes sociales. La mayor parte de las palabras se pierden en el camino o se instalan en la nube. Nunca bajarán a la tierra.  Por eso los lectores de blogs, tuits y titulares agradecemos aquel viejo consejo de George Lois"Think Long. Write Short".
 
"Piensa grande, escribe corto". El mago de la publicidad del siglo XX, en quien se inspiró Matthew Weiner para el personaje de Don Draper en Mad Men, esculpió en sólo cuatro palabras la métrica de la modernidad.
 
Hoy me aplico el cuento. Entrada corta, salida triunfal.

martes, 12 de noviembre de 2013

Facebook y Twitter: Más de 150 amigos es vicio

¿Cuántos amigos tienes en Facebook? Si son más de 150, es que no son amigos.
 
Un antropólogo británico, Robin Dunbar, publicó en 1992 en el Journal of Human Evolution que la especie humana sólo puede interactuar con un máximo de 147,8 individuos. Ese círculo lo conformarían amigos, colegas de trabajo, clientes, familiares o vecinos. No es casual que la media de invitados a una boda ronda los dos centenares.
 
La hipótesis de Dunbar es que las relaciones sociales de los primates, y por tanto de los humanos, están vinculadas al volumen del neocórtex cerebral. De hecho, las comunidades humanas más básicas -la aldea, el clan o las unidades militares- reúnen a una media de 150 individuos. La sociabilidad no tiene que ver con el encanto, sino con la capacidad craneal. Y nuestro neocórtex, por mucho que se empeñen Mark Zuckenberg y Jack Dorsey, no da para más.  
 
 
Lo cierto es que la reputación no la podemos medir por el número de seguidores en las redes sociales, sino por la calidad de éstos y el contenido que compartimos. En este sentido, los círculos sociales en que LinkedIn clasifica nuestro entorno de relaciones profesionales se acercan más a la realidad. Contactos de primera, de segunda y de tercera.
 
 
No ocurre lo mismo con Twitter o Facebook, que desde fuera no admiten otro intrumento de medición que la báscula. Decía John Carlin hace tiempo en un interesante artículo que Twitter es más para el narcisista. El tuitero tiene que demostrar al máximo número de gente posible lo listo, gracioso o ingenioso que es. Y también es más cerebral
 
 
Facebook, por el contrario, es exhibicionista y corporal: ahí colgamos nuestras novias y novios, las fotos de las vacaciones o el cruasán que desayunamos. Coincido básicamente con Carlin, pero vengo observando en los últimos meses que los usuarios sobre todo más jóvenes irrumpen en Twitter con una espontaneidad y desinhibición más propias de redes cerradas como Tuenti y Whatsapp. Es decir, rompiendo la etiqueta.
 
 
Twitter no es ciertamente el comedor de Downton Abbey, pero en internet imperaba hasta ahora una especie de derecho consuetudinario muy saludable. El trasvase de usuarios de unas redes a otras, con el manual de instrucciones incluido, puede modificar el ecosistema a muy corto plazo. Atentos.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Shadow: una aplicación para leer nuestros sueños

 

El iPad nos sienta por fin en el diván del psicoanalista. Cuando creíamos que lo habíamos previsto todo, llega alguien dispuesto a poner a prueba nuestro vértigo digital. Porque el Big Data, ese agujero negro que fagocita la materia del universo cibernético, amenaza ahora con hurgar en  el rincón más íntimo de los seres humanos: los sueños. La idea ha partido de Hunter Lee Soik, un joven estadounidense de origen coreano. Su creación se llama Shadow, una app diseñada para grabar nuestros sueños y subirlos a la nube. La aplicación estará disponible en diciembre. El proyecto será posible gracias a los 82.000 dólares recaudados a través de una plataforma de crowdfunding.
 
¿Cómo funciona Shadow? Básicamente es un reloj despertador programado en "piano forte". Nos va avisando con dulzura que se acerca la hora de levantarse. Son hasta treinta minutos de alarma retardada que nos permite desperezarnos lentamente, acunados por un zumbido in crescendo. En los instantes previos a la bocina final, la aplicación enciende el botón rojo del REC y comienza a grabar: requiere, eso sí, la colaboración del usuario, que en ese duermevela deberá susurrar las imágenes y escenas que se le han aparecido en sueños. Un caballo, una persecución, un columpio, una tempestad, un dragón, una sombra...
 
La aplicación registra los símbolos y los sube a la nube, donde un programa los procesará inmediatamente, cruzándolos con los sueños de otros usuarios y conjugando variables como el sexo y la edad del durmiente (no necesariamente bello), su nacionalidad, su nivel cultural, etc. En unos segundos tendremos en el teléfono o tableta la explicación del sueño y comprobaremos si nos hemos instalado en la clase media onírica o si tenemos algún motivo para asustarnos. Para decidir, en último término, si ese día no nos levantamos.
 
Hunter Lee Soik, según nos explica la revista The New Yorker, es un coreano de 31 años adoptado hace tres décadas por una familia de Wisconsin. Tras abandonar sus estudios de fotografía en California, se enroló en el equipo de producción de la gira Watch the Throne de los raperos Jay-Z y Kanye West. También ha trabajado para la modista británica Stella McCartney. Para diseñar Shadow se ha sumergido en las obras de Freud y Jung. Y está convencido del éxito de su proyecto. En la página lanzadera de Shadow, más de 30.000 personas se han mostrado dispuestas a probar su app, cuenta orgulloso al semanario neoyorquino. En el desarrollo de Shadow participa un neurocientífico sevillano, Umberto León, según supimos recientemente gracias al diario El Correo de Andalucía.
 
Los datos acumulados en la nube tendrán un valor incalculable. Sólo podrán consultarse con permiso expreso del soñador, como nos recuerda la revista The Atlantic. En ese sentido, funcionará como cualquier red social. El usuario podrá elegir el grado de privacidad de sus sueños: si los quiere compartir con otros usuarios y si los pone a disposición de la ciencia.
 
El alcance de esta red social es tan apasionante como inquietante ¿Qué sueñan miles de personas a diario? ¿Se pueden clasificar los sueños por razas, nacionalidades, edad, sexo o nivel económico? ¿Nos afectan los acontecimientos que vemos en la televisión en los días previos? ¿Predecimos masivamente en nuestros sueños algo que va a ocurrir? Hunter cree posible crear una comunidad de soñadores. Puede ser la  red de la  próxima década. Aventuremos algún nombre: iDreamer, Ice Dream, Dreambook... 
 
Data-Mining Our Dreams, un  reciente artículo de The New York Times, aclara que no es el primer intento de minería de datos sobre los sueños. Nos podemos remontar a 1893, cuando la psicóloga estadounidense Mary Whiton Calkins se propuso anotar en un diario sus propios sueños y los de un colega en un período de siete semanas. Llegó a reunir 375 fichas. Gracias a la técnica introducida por esta cientifica pionera en su estudio, llamado "Estadísticas de los sueños" y citado por el propio Freud, sabemos hoy, por ejemplo, que los artistas sufren pesadillas con más frecuencia, que los sueños de los niños están poblados de animales o que cuando estamos dormidos hacemos más vida social que en nuestra vida real.
 
"El misterio es lo más hermoso que nos es dado sentir". Lo escribió Albert Einstein. Sin esa fascinación por las sombras no avanzaría la ciencia ni se produciría el arte. Los sueños, hasta ahora, permanecían anclados en ese ámbito de lo insondable. Pero jamás hubiéramos imaginado que descifrarlos sería una tarea colectiva.

lunes, 4 de noviembre de 2013

¡Vade retro Wikipedia!


Del millón de artículos que acumula la Wikipedia en español, ¿cuáles fueron las biografías más consultadas el pasado mes de abril? Ni Rafa Nadal, ni Lady Gaga ni Lionel Messi. Los artículos más populares correspondieron a Ella Fitzgerald (1,2 millones de visitas), Leonhard Euler (592.000) y  María Sibylla Merian (466.000).
 
Reconozcámoslo: nos suena la reina del jazz, pero del matemático suizo del XVIII y de la entomóloga alemana del XVII apenas habíamos oído nada.  Más de un millón de usuarios de la Wikipedia no pueden equivocarse. ¿Por qué se interesaron por ellos? La explicación es sencilla. Los tres tenían algo en común: habían nacido en un mes de abril y fueron tocados por esa varita mágica llamada doodle. Conexión Google-Wikipedia. La edad de oro de las efemérides.
 
Con permiso de los Trending Topics de Twitter, las estadísticas de Wikipedia son un buen barómetro de la actualidad. En ese mes de abril en que nos hemos fijado, también encabezaban las consultas Margaret Thatcher,  Harlem Shake, Cincuenta sombras de Grey o la Copa Libertadores. Según contabiliza la propia enciclopedia digital, los hispanohablantes consumimos 1.274 millones de páginas de Wikipedia al mes. Han leído bien: mil doscientos millones de consultas mensuales a la Wikipedia en español. Vale la pena detenerse en este monstruo enciclopédico.
 
Profesores y periodistas coincidimos en exteriorizar nuestra aversión a la Wikipedia. La utilizamos en nuestra vida personal y profesional tanto como los demás mortales, incluso más, pero como  padres temerosos instruimos a alumnos y aprendices para que enfríen su wikientusiasmo.
 
Como casi todo lo que nos asusta en la nueva sociedad digital, nos preocupamos por las consecuencias sin percibir la capacidad que tenemos como usuarios y consumidores para tejer la red. Wikipedia es uno de los mejores ejemplos. La vemos como veíamos antes la caja tonta. Sentados comodamente para poder criticarla. Olvidando que la importancia de nuestra posición en internet no está en lo que bajamos, sino en lo que subimos.
 
La Wikipedia en español: mucho leer y poco escribir
 
Los datos que publica la propia Wikipedia arrojan resultados esclarecedores sobre cómo nos comportamos los usuarios hispanohablantes. De los 30 millones de artículos que acumula la enciclopedia, sólo 1.055.000 están en español. Es la octava lengua en Wikipedia, por detrás del ruso y justo por delante del polaco. Nos superan el inglés, el francés o el alemán, pero también el neerlandés, el sueco y el italiano. El catalán ocupa la decimoséptima plaza y es una de las lenguas que más crece en Wikipedia. Suma 414.000 artículos hoy en día, por encima del árabe, el turco, el checo, el coreano o el hindi.
 
Somos, por tanto, los octavos en número de artículos pero los segundos en número de lectores (sólo nos superan los anglohablantes) y  también los segundos en usuarios registrados (más de 2,8 millones de usuarios hispanos que interactúan con la enciclopedia). Es decir, cumplimos el tópico latino: trasteamos mucho con la Wikipedia, entramos fácilmente en la discusión y nos gusta corregir a los demás, pero en términos absolutos producimos menos que los suecos, los alemanes o los italianos. 
Hablemos de fiabilidad

En "La Revolución Wikipedia" el periodista francés Pierre Assouline subraya que el asunto de las fuentes es el fundamento de cualquier investigación, ya sea ésta histórica, científica o periodística. El problema, nos recuerda este profesor, es que Wikipedia diluye tanto la fuente que la elude. Es decir, no la denostamos por la calidad de sus textos sino porque no nos remite a sus orígenes. La fuente tiene una "geometría variable": el último en hablar tiene razón, hasta que hable el siguiente.

Y por cierto... ¿Cuáles son los orígenes de la Wikipedia? Se creó el 15 de enero de 2001 en EEUU. Los primeros artículos fueron en inglés. La versión española se inauguró el 21 de mayo de ese año con una entrada sobre "Países del mundo".  
 
La Wikipedia no nació en un garaje ni en Silicon Valley. Lo hizo gracias a los beneficios que le reportó a Jimmy Wales un portal porno, Bomis.com, ya desaparecido. Hoy en día sigue sin incluir publicidad y se financia a través de donaciones.
 
En el mundo académico, como sostiene "La Revolución Wikipedia",  hay cierto consenso en que es útil para investigaciones menores, secundarias y puntuales. "Suele ser fiable en lo referente a las ciencias exactas y a la técnica, así como a los ámbitos que apenas se prestan a la controversia (botánica, zoología, matemáticas, física…). Pero en cuanto abordamos temas sensibles como la historia, la evolución o la política, la duda está sembrada". No hay análisis, ni síntesis, las fuentes no están jeraraquizadas y hay juicios muy discutibles, señala este interesante estudio sobre la Wikpedia.
 
Un  reportaje de Tim Adams en The Obsever, del 1 de julio de 2007, alertaba del “maoísmo digital” que representa ideológicamente la Wikipedia, como lo denomina el polémico ensayista estadounidense Jaron Lanier. La dimensión colectivista de la Wikipedia es sólo una de las geniales ocurrencias del autor de "Who owns the future?", donde defiende que las redes sociales nos paguen por utilizarlas. En español podemos leerle en "Contra el rebaño digital", traducción libre de "You're not a gadget".
 
En otra línea, la revista científica Nature publicó el 14 de diciembre de 2005 un estudio comparando 42 artículos científicos de Wikipedia y 45 de la Britannica.  La consideró casi tan exacta como la enciclopedia de las enciclopedias. Los expertos de Nature hallaron 132 errores en la Britannica y 162 en la Wikipedia. La conclusión: la Britannica es sólo un 24% más fiable que la Wikipedia. Ésta, por tanto, acariciaba ya su objetivo fundacional de “alcanzar un nivel de calidad al menos equivalente al de la enciclopedia Britannica”.
En la Wikipedia hay controles. No puedes escribir si han detectado que tu IP actúa de forma irregular. Existe una "patrulla" que restaura el artículo si descubre que se han hecho cambios inadecuados, ya sea por vandalismo o por acción de agencias, instituciones o empresas interesadas Y algunas entradas muy polémicas, como Hitler, Franco o Bin Laden, sólo pueden ser modificadas por wikipedistas autorizados. Y un comité de expertos media cuando hay diferencias entre los autores de un artículo. Ahora que nos escandalizamos con el caso Snowden, en su día ya se denunció que la CIA había modificado la biografía de Ahmadineyad o que el lobby de armas había reescrito el artículo sobre Irak para relacionarlo con el 11S.
 
Todos excomulgados
 
En un oceáno de treinta millones de artículos, las controversias y los errores no dejan de ser la excepción. La experiencia colaborativa de Wikipedia se nos presenta como una de las mejores expresiones de la nueva sociedad digital. La Enciclopedia de Diderot y d’Alembert atesoraba 72.000 artículos, escritos por más de 160 "wikipedistas" de la época, allá por mediados del XVIII. Clemente XIII la condenó en 1759 por herejía. La bula papal, “Damnatio et prohibitio operis in plures tomos distributi, cujus est titulus: Encyclopédie”, invitaba a quemarla en la hoguera. Nada pudo hacer para evitar la difusión de la razón y del ideal ilustrado. No hay excomunión que valga.

lunes, 28 de octubre de 2013

Amazon, Google y Wikipedia son hijos de la misma madre


De Google a Macondo. El mundo en el que vivimos, y también el que imaginamos, tiene una deuda pendiente con María Montessori (1870-1952). Esta psiquiatra y profesora italiana fundó un método de enseñanza a finales del siglo XIX que aún hoy inspira a miles de escuelas infantiles repartidas por el planeta y que terminó influyendo en la pedagogía contemporánea.
 
¿Qué tienen en común los fundadores de Google, Larry Page y Sergei Brin, el padre de la Wikipedia, Jimmy Wales, o el dueño de Amazon y The Washington Post, Jeff Bezos? Todos ellos estudiaron en una escuela Montessori. Según un informe reciente de The Economist, el estilo que estos empresarios visionarios imprimeron a sus innovadores proyectos le debe mucho a María Montessori.
 
El método Montessori confía en la independencia del alumno y le invita a que aprenda lo que más le interesa y corrigiéndose a sí mismo. Al niño no se le imponen las respuestas, las descubre de forma autónoma. El profesor no es una autoridad ni un evaluador, es un guía. No hay exámenes. Los pupilos de Montessori no sólo practican el "piensa diferente" que tanto popularizó aquel anuncio de Apple sino que también "actúan de forma diferente, incluso hablan de forma diferente", como subraya un artículo de The Wall Street Journal sobre "La Mafia Montessori". Esta enseñanza, además, pone énfasis en la cultura de la colaboración, en la calidad y cuidado de los materiales didácticos y en la estimulación temprana de los cinco sentidos.
 
El sistema, no exento de detractores, ha dado al mundo alumnos brillantes no sólo en el sector tecnológico. Anna Frank y Gabriel García Márquez escribieron sus primeras líneas en las escuelas Montessori de Amsterdam y Aracataca, respectivamente.
 
En "Vivir para contarla", Gabo reconoce que le costó mucho aprender a leer. Tras sus fallidos intentos, la varita mágica se la ofrecieron las maestras de la Montessori de Aracataca, bajo la dirección de Rosa Elena Fergusson, que le enseñaron explicándole las consonantes no por sus nombres (be, efe, uve doble) sino por sus sonidos. Así pudo volver una tarde a casa, desempolvar un viejo libro guardado en un arcón y adentrarse con él en un mundo imaginario. El destino quiso que ese libro de iniciación fuera "Las mil y una noches".

Uno de los que más ha explicitado su deuda con Montessori es Jimmy Wales, fundador de Wikipedia. Wales nació en 1966 en Hunstville (Alabama, EEUU) y asistió a la escuela "House of Learning", que regentaban su madre y su abuela. Eran en total cinco alumnos, de distintas edades. "La educación fue siempre una pasión en mi casa", relata Wales, que desde pequeño adquirió el amor por la lectura y pasaba las horas sumergido en la Enciclopaedia Britannica.

A Larry Page y Segei Brin les preguntaron en una ocasión si debían su éxito a que eran hijos de profesores. Page contestó rápido: el origen de todo hay que buscarlo en la escuela Montessori a la que ambos acudieron. "El aprendizaje consistía en que no hay reglas ni órdenes, en la automotivación, en interesarse por lo que está pasando en el mundo y en hacer las cosas de manera un poco diferente", explicó Page. No tanto en tener ideas brillantes como en descubrirlas. Y, sobre todo, hacerse preguntas.
 
Para el Wall Street Jorunal, el modelo empresarial de Google responde a los ideales de Montessori. La política del 20 por ciento, que consiste en que el empleado pasa un día a la semana trabajando en algo que no tiene que ver con su puesto, es puro Montessori. También se ve la mano de la pedagoga italiana en varios de sus productos, desde Google Maps a Alerts o el desaparecido Reader.
 
No obstante, el informe de The Economist alude a una decadencia del estilo Montessori. Frente a un método directivo basado en la colaboración, la automotivación y la caída de los muros en las oficinas, se va imponiendo un estilo mixto que también subraya la autoridad, la jerarquía y la necesidad de contar con espacios donde concentrarse. Es decir, la vuelta a los despachos.
 
El artículo de la revista británica ha irritado a los montessorianos, que rechazan la asociación entre su pedagogía y los excesos lúdicos, por no hablar del síndrome de Peter Pan, que padecerían los amos de la economía digital. No comparten la idea central del autor de que la atmósfera infantil que reina en las sedes centrales de  las empresas más innovadoras (toboganes, columpios, rampas de patinaje...) esté inspirada en las enseñanzas de Montessori.

jueves, 24 de octubre de 2013

Guerra de cerebros: ¿Internet nos hace más tontos o más listos?



¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Es la pregunta que lanzó Nicholas Carr a la comunidad científica. Corría el año 2010 -hace una eternidad- y el propio Carr aventuraba la respuesta: la red nos vuelve más superficiales, por no decir más estúpidos.
 
Ha tardado tres años en llegar la réplica al provocador libro de Carr. El responsable es Clive Thompson. Clive, a quien podemos leer con regularidad en la revista Wired y en The New York Times, forma parte junto a nombres como Jeff Jarvis de la nueva comunidad de evangelistas de Internet, como los llaman despectivamente en el mundo analógico anglosajón. Y el libro, Smarter Than You Think (How technology is changing our minds for the better), es tan serio y controvertido, al menos, como el de Carr. Entre tanto apocalíptico, alguien tenía que escribir ya una "digital love letter", como ironiza Jacob Silverman en el diario Los Angeles Times.
 
Clive Thompson habla de un tiempo nuevo: la edad de los centauros. Resucita la idea que acuñó el semiólogo italiano Paolo Fabbri, el primero en anunciarnos el alumbramiento de una nueva especie humana. Mitad hombres, mitad máquinas. Seres adheridos a prótesis tecnológicas. Y para hablar del superhombre no hace falta remontarse a Leonardo da Vinci ni citar a Nietzsche. Thompson se inspira para su tesis en uno de los grandes inventores del siglo XX. ¿Adivinan quién? Pues era español y patentó en 1915 un robot conocido como "El Ajedrecista": Leonardo Torres Quevedo.
 
"El Ajedrecista" es el precursor de Deep Blue, la máquina de IBM que derrotó en 1996 a Gari Kaspárov. Tras verse superado por la supercomputadora, el probablemente mejor jugador de la historia comprendió lo absurdo de andar discutiendo si la mente humana es superior o no al mecanismo de un robot. Y prefirió experimentar cómo podía jugar mejor ayudado por una computadora. La lección aprendida, nos recuerda Thompson, es que si hay algo imbatible es un robot y un ser humano colaborando juntos. Mejorándose mutuamente. El centauro.
 
Ya nos advirtió McLuhan de que los medios no sólo proporcionan la materia del pensamiento, sino que también modelan el proceso de pensamiento.
 
En esa línea, Nicholas Carr considera que Internet, las redes sociales y las genialidades de Steve Jobs están rediseñando nuestro circuito neuronal y reprogramando la memoria, pero para mal. El cerebro es material maleable, dice Carr, y la lectura interrumpida y la saturación que promueven las nuevas tecnologías están esculpiendo unas mentes incapaces de centrarse. El deterioro es irreversible, sostiene el autor de "Superficiales", porque el cerebro es plástico pero no elástico.
 
Por el contrario, Thompson subraya que la tecnología y la sociedad en red desarrollan nuestra inteligencia, impulsan nuestra creatividad, mejoran el aprendizaje y alimentan la colaboración entre los seres humanos. La nueva cultura digital es más abierta, participativa y creativa. Las máquinas nos enriquecen.
 
"The Rise of the Centaurs". Así bautiza nuestra era Clive Thompson. Parece el título de una película de John Ford. De Monument Valley... a Silicon Valley.