miércoles, 11 de diciembre de 2013

La intimidad ha muerto ¡Vivan las Google Glass!


Año 2014 d.C. La intimidad ha muerto. No nos hagamos los sorprendidos, porque ya estábamos avisados. Hemos arrojado a la hoguera de las redes sociales el pudor y los secretos de familia. Tolstoi, Jane Austen y Conan Doyle se morirían hoy de hambre. Facebook acabó con el diario adolescente, y las Google Glass con el monóculo, la lupa y el ojo de la cerradura. 

Con la universalización de las Google Glass la mirada humana, entendida como el punto de vista irrepetible de cada uno de los individuos de una especie inteligente, puede estar entonando su final. Mirar con otros ojos, mirar con perspectiva, mirar de reojo, mirar de soslayo, entornar los ojos, guiñar un ojo, echar un vistazo... Arcaísmos analógicos que la nueva lente no procesará. A golpe de clic grabaremos sin discriminar lo interesante de lo importante, lo privado de lo público. Son gafas que ni miran ni ven: registran. 

De momento unas 10.000 personas han probado ya las GG. Al margen de su éxito comercial, la tecnología llamada "wearable" ha llegado para quedarse. Tecnología de camuflaje, instalada en la ropa o directamente en la epidermis.

En "The Entire History of You", tercer episodio de la inquietante serie británica Black Mirror, los seres humanos llevan un chip incorporado detrás de la oreja donde almacenan todo lo que ven. Si quieren recuperar una imagen del pasado, sólo tienen que rebobinar. La ciencia ficción, como siempre, anticipando el futuro

Los humanos, frente a otras especies, vemos en color, pero además miramos y nos escondemos de la mirada del otro. Empieza a ser imposible debido a la proliferación de cámaras de vigilancia, de los teléfonos de última generación y, desde ahora, de las invasivas gafas. "Veremos muy pronto un mundo en el que tus movimientos sean seguidos en todo momento, en que un extraño que se cruce contigo en la calle te podrá identificar inmediatamente", advierte The Economist en un reciente informe.

Parece que Google ha decidido que las Glass sólo graben breves intervalos y ha excluido de momento las aplicaciones de reconocimiento facial. Pero vendrán otras lentes que funcionen  ininterrumpidamente y lo suban todo a la nube. Los drones y las gafas han llegado también para quedarse. 

La alarma es general. Según The Economist, es urgente regular el uso de estos instrumentos porque ya están aquí y, además, cada vez serán más sofisticados y diminutos. La sociedad debe poder decidir qué se puede grabar y con qué fines

Mi impresión es que las Google Glass van a terminar de dinamitar dos conceptos ya muy endebles: la propiedad intelectual y la intimidad. No son tan antiguos como el hombre de Atapuerca, porque ambos derechos nacieron, o al menos se consolidaron jurídicamente, en el siglo XVIII. Son convenciones que habrá que sustituir por otras.

Decía Umberto Eco en el año 2000, en los albores de la era digital, que la defensa de la privacidad no sólo es un problema jurídico, sino moral y antropológico cultural. "Creo que una de las grandes tragedias de la sociedad de masas, de la sociedad de la prensa, la televisión e internet, es la renuncia voluntaria a la privacidad. La máxima renuncia a la privacidad (y, por tanto, a la discreción, incluso al pudor) es -en el límite de los patológico- el exhibicionismo", se lamentaba Eco.

Para el semiólogo piamontés, tendremos que aprender a elaborar, difundir y premiar una nueva educación de la intimidad, educar en el respeto a nuestra propia privacidad y a la de los demás. Es la ética de la intimidad (lo que yo hago con la información que los demás comparten conmigo) y la ética de la publificación (lo que yo decido difundir de mí mismo) de las que habla Jeff Jarvis. Según The Economist, la ideología liberal ha descuidado paradójicamente el derecho del ciudadano a mantener un "espacio personal online". Es hora de ponerse a trabajar. No podemos cerrar los ojos.